sábado, 30 de agosto de 2014

YIYO, “La gran promesa truncada”

 

yiyo


José Cubero “Yiyo” perteneció a la segunda promoción de la Escuela Nacional de Tauromaquia, y la primera realmente brillante. Como becerrista llegó a pasearse por todas las plazas de España y de Francia formando terna con Lucio Sandín, cuyos continuos percances acabaron retirándolo de la actividad profesional, y Julián Maestro, después convertido en banderillero. Yiyo fue uno de los toreros más destacados de la citada escuela, junto con Joselito, y seguido en la lejanía por Sandín, El Niño de la Taurina, Javier Vázquez y Miguel Rodríguez.

Una vez tomada la alternativa en 1981 en Burgos tuvo dos años de espera como espada de alternativa, y casi tres como figura del toreo, un puesto que se le aseguraba podía tener en propiedad muchos años. Yiyo evolucionó de un toreo muy técnico, salido de la Escuela Nacional de Tauromaquia, a otro que empezaba a aportar un sentimiento nada común, todo fruto de la naturalidad. Eficaz con el capote, fue un portentoso muletero y un buen estoqueador. Su hacer estaba dentro de las coordenadas más puras del clasicismo.

yiyo 3Aunque figura como torero nacido en Madrid en todos los libros de historia y programas de la época, se dice que vio la luz en Burdeos, donde residió un tiempo de niño, cuando sus padres emigraron a esa ciudad francesa. El padre, Juan Cubero, también había intentado ser torero. Sus dos hermanos sí lo fueron. Juan llegó a debutar en Madrid como novillero; luego se hizo banderillero de su hermano y, desde 1987, de José Miguel Arroyo “Joselito”. El otro, Miguel Cubero, llegó a tomar la alternativa en la misma plaza que su hermano Yiyo, en Burgos, en 1986, un año más tarde de la tragedia de Colmenar Viejo, pero tras unos años toreando muy poco, en 1994 decidió también hacerse banderillero.

Como principales efemérides en la corta trayectoria de Yiyo, cabe destacar su actuación en la Feria de San Isidro de 1983, de la que salió lanzado para el estrellato al cortar una oreja, el 22 de mayo, al toro “Lanzaquemá” de Antonio Ordóñez; en esa corrida alternó con el mexicano Jorge Gutiérrez y con Curro Durán. El éxito le valió para hacer dos sustituciones en la feria; salió a hombros en la primera de las suplencias, junto a Ángel Teruel y Armillita Chico, y volvió a triunfar en la otra, en la que actuó con Antoñete y Tomás Campuzano.

Logró un gran cartel en Pamplona, causó buena impresión en México y solo toreó una tarde como matador en Sevilla, sin que le acompañara la suerte.


LA DESGRACIA DE COLMENAR

En la temporada de 1985 hubo muchos escollos para Yiyo. Solo actuó en dos ferias importantes: la de Madrid, donde toreó fabulosamente bien a un toro de “El Raboso”, y la de Pamplona. Aunque ausente de Valencia, de Sevilla, de Bilbao, iba encarando su campaña en plazas de menor importancia. A la vuelta de Calahorra fue requerido para sustituir a Curro Romero, lesionado en Linares, en la feria madrileña de Colmenar Viejo el 30 de agosto de 1985

El cerco que se había hecho sobre Yiyo, seguramente para forzarle a abandonar a su descubridor Tomás Redondo, le había apartado de muchas plazas importantes. Pero, al calor de sus continuos éxitos, ya estaba en todas las ferias importantes de septiembre, y hasta ubicado en dos carteles de la plaza de Logroño, una plaza de Manolo Chopera, con el que no había llegado a un acuerdo para la feria de Bilbao. Dudó mucho Yiyo, o su mentor, en torear aquella tarde en Colmenar; pero, al fin, hizo el paseíllos al lado del Maestro Antoñete y del soriano Jose Luis Palomar, para despachar una corrida de Marcos Núñez.

El festejo transcurrió normalmente, sin grandes éxitos. Salió el sexto, de nombre “Burlero”, con el que dicen los cronistas de la época que allí estuvieron que Yiyo realizó, sin lugar a duas, una de las mejores faenas de su vida, si no la mejor. El trasteo, que quedó grabado en vídeo para la posteridad, fue un dechado de torería, de temple, de suavidad, de sentido de las distancias. Todo el mundo que la vio coincide en que nadie dudaba que el autor estaba predeterminado a ser uno de los mandones del toreo. Seguramente podría haber sido la natural pareja de Espartaco, que andaba por entonces en su primer año triunfal, si el asesino pitón de “Burlero” no se hubiera puesto en medio.

yiyo 2Yiyo remató la extraordinaria faena, por la que le otorgaron las dos orejas, con una estocada. A la salida de ésta, el toro hizo por el torero, le derribó y le infirió una cornada en el corazón. La impresión fue de una cogida mortal, pues el diestro se derrumbó como un muñeco; cuando lo llevaron a la barrera, los facultativos no pudieron hacer absolutamente nada y el joven matador llegó muerto a la enfermería.

Todos los componentes de su cuadrilla lloraban. Nadie podía creer que a un torero al que apenas habían rozado los toros le hubiera abrazado la muerte para siempre. El Maestro Antoñete, sollozaba en un rincón. José Luis Palomar era un mar de lágrimas. La tragedia se había producido cuando todavía no se había cumplido un año de la muerte de Paquirri. El mundo de los toros estaba de luto otra vez.

Tanto el velatorio de aquella noche, en la iglesia del barrio de Canillejas donde residía  Yiyo, como el entierro al día siguiente, representaron una manifestación de dolor de la familia taurina. El féretro, como se había hecho antes con Antonio Bienvenida, y también en Sevilla con Paquirri, fue llevado a la plaza de toros de Las Ventas, y entre gritos de ¡Torero, torero, torero! se le dio una vuelta al ruedo.

En poquísimo tiempo habían fallecido dos figuras del toreo. Pero ahora le había tocado el turno a uno que era casi un niño, al que enterraron con el mismo vestido corinto y azabache con que había dictado, en el San Isidro anterior, su última lección en Madrid. Desde Granero no había muerto un matador de toros, prácticamente, en la misma arena.

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